Colombia. Un bello país por su gente y a pesar de su gente
Suena contradictorio, ¿no es verdad? Pero es así como llamo la realidad en la que vivo. Un país que cuenta con uno de los más bellos de los recursos, su gente, es también por su gente que termina siendo difícil de entender.
Si hay algo que sorprende a una gran mayoría de extranjeros que vienen a nuestro país es la calidad de sus habitantes. Nos describen como personas amorosas, dulces, hospitalarias, de una gran nobleza, luchadoras, opiniones bien recogidas por la campaña de hace unos años que promovía al país con el slogan de “Colombia, el riesgo es que te quieras quedar” y algunos se quedaron. Somos un país de personas sociables, amigables y alegres. Según algunos estudios, somos el país con el grado más alto de felicidad de América Latina, incluso optimistas, en medio de tanta adversidad. Parece ser que esa felicidad es altamente contagiosa e invitadora.
No dejan de sorprendernos los valores que surgen en épocas de crisis y de grandes desafíos, entre ellos la solidaridad. Todavía recuerdo la masiva ayuda nacional e internacional que se demostró durante el terremoto de 1999 y en la tragedia de Armero en 1985. Hoy, en estos momentos, en los que estamos atravesando el impacto del COVID-19, aparecen numerosas campañas destinadas a apoyar a quienes quedaron desvalidos por los efectos de la cuarentena. Miles de personas y organizaciones entregadas a suplir las necesidades de la población vulnerable, de los informales, de quienes se quedaron sin trabajo o porque ya hacían parte de las filas de los cesantes. Es en estas crisis que brota lo mejor de sus gentes. Todas esas manifestaciones generosas, procedentes de todos los rincones del país, dan orgullo de patria.
Pero existe otra Colombia. Esa otra Colombia que ha olvidado lo que otrora era importante y significativo: el valor de la palabra, la confianza en el otro, el respeto por los mayores y por el otro, el valor del trabajo, la honorabilidad, la transparencia. Con gran rapidez vienen ganando terreno una serie de valores que desmoronan gradualmente la solidez de esta sociedad, lo que se evidencia en la falta de fe en sus instituciones, en sus dirigentes, por suerte con algunas excepciones, en su justicia. Ganar plata rápido y fácil es lo que queda de otros tiempos en los que hacerse rico y fácil, sin importar cómo, se quedó para ser adoptado por muchos colombianos que olvidaron el valor del trabajo honrado. Hoy vemos dirigentes nacionales, regionales y locales siendo investigados por los irregulares manejos de las ayudas humanitarias con la que debían atender la emergencia derivada del Covid-19. ¿Se imaginan esto? ¡Robándole a los más vulnerables! Una corrupción vergonzosa y ni hablar de la violencia, pues eso requiere un tratado.
En esta época de restricciones sociales, algunas personas, con toda suerte de excusas, desacatan las recomendaciones impartidas por los expertos para evitar la propagación del virus, salen a contagiar o contagiarse, en una clara demostración de la poca disciplina y falta de buen comportamiento en comunidad. Anticipo que también entiendo la necesidad de muchas de ellas que salen para poder satisfacer sus necesidades básicas que tristemente han tenido que vivir, muestra de la inequidad en nuestro país.
Alguna razón que no encuentro fácil de explicar hace que seamos un pueblo con poco sentido de comunidad (que viene del latín y está compuesta de com + munis que significa ‘corresponsable’, ‘cooperante’, ‘que colabora a realizar una tarea’). ¿Qué nos dice esto? Otro sería nuestro país si no nos desbordara el individualismo, el desacato a la ley (en un país de leyes y normas) que es pan de cada día, para después ufanarnos de la viveza que hicimos. Le hacemos el quite y lo que es peor, nos jactamos de ello. Y de esto participan todos los niveles de la sociedad.
“Los valores no se definen por tu palabras, sino por tus actos”. Desafortunadamente, no puedo decir quién la dijo, pero si puedo apreciar la importancia de su mensaje. Nuestros actos o comportamiento, que es donde mejor se expresan, no nos está dejando muy bien parados. La educación en valores se hace cada vez más fundamental en un país que necesita la construcción colectiva de cuáles son los valores que más necesitamos y queremos tener.
Hace unos días publiqué en mi Blog (www.isajaramillo.com) un corto artículo sobre valores que titulé “Tus valores hablan de ti”. En él presenté el poco conocimiento que tenemos sobre nuestros valores esenciales como individuos, aunque conocerlos nos da seguridad y bienestar. Si los valores son el pilar de nuestra existencia, ¿se imaginan qué pasaría si de verdad los conociéramos y los honráramos? Otro sería el cuento y otra esta Colombia mancillada.
Nuestro comportamiento y acciones son un pobre reflejo de nuestros valores. Si estos son los cimientos de una sociedad, nos urge fortalecer una educación en valores que nos permita encontrar aquellos que nos definan para poder crear una conciencia común. Eso también es educar a los colombianos. Debemos dejar de lado ese conformismo pasivo para construir una sociedad mejor y aunar esfuerzos trabajando de manera conjunta, pues en esto jugamos un papel fundamental todos y cada uno de nosotros, las familias, las instituciones educativas, las organizaciones de la sociedad civil, el mundo empresarial, las comunidades religiosas, los medios de comunicación, los líderes políticos honestos y transparentes. Necesitamos unir voces para ser parte de un coro que luche por un bien común y poder servir de puente entre el país que heredamos y el futuro que construimos con los valores que definamos. (Cynthia Hotton)
Me queda muy difícil cambiar al mundo, pero en esta Colombia que me tocó vivir, sí quiero hacer la diferencia porque todos somos responsables y porque poco o nada pasa sin la relación con los demás. Esa es la otra Colombia en la que quisiera vivir.
El Sai Baba decía: “Junto con la educación mundana, deben cultivarse los valores humanos…El aceite le da vida a una lámpara para mantenerla ardiendo. El amor es como el aceite, anima la vida. Pero ¿pueden hacer que arda una lámpara teniendo un contenedor, una mecha y aceite? Necesitan que alguien encienda la mecha”.
Esa es mi invitación: ¿Qué tal si encendemos la mecha?