Orgullosa de ser coach
Se dice que en Colombia hay unos 35.000 coaches. Al menos así aparece en LinkedIn. ¿Qué tanto sabemos de su formación, de su profesionalismo? Desafortunadamente, muchos de ellos de dudosa procedencia, y por qué no, de muy cuestionada calidad. Esos pseudo coaches se han aprovechado de este momento de expansión del Coaching deshonrándolo y engañando a quienes contratan sus servicios afectando el nombre y el fin último de este acompañamiento.
Me siento con el deber de escribir sobre lo que hay detrás de una formación ética y responsable, que exige, además, el desarrollo continuo y permanente de nuestras habilidades profesionales, como lo establece el Código de ética, al menos el que yo profeso. Mi pretensión con este blog es exhortarlos y advertirles de los bueno y lo malo que pueden encontrar en esa selva de ofertas para que puedan tomar una decisión acertada y responsable. De ustedes depende.
Desde hace un tiempo estoy escuchando hablar sobre Coaching y no en los mejores términos. Se dice que en Colombia hay unos 35.000 “coaches” (o que dicen llamarse coaches), según LinkedIn, pero solo unos cuantos cientos están acreditados por alguna federación o asociación de Coaching. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde se han formado? ¿Qué clase de formación han recibido? ¿Cuánto tiempo de práctica han tenido para salir y acompañar a sus clientes de manera profesional y ética?
Veo programas en la televisión que desvirtúan totalmente el sentido ético del Coaching y hacen unas mezclas de términos como si tuvieran que cohabitar los unos con los otros. Hace unas pocas semanas recibí una comunicación de un colega en el que expresa su preocupación por una artículo que publica una revista europea en la que se refiere al Coaching como una moda. Nada más lejano a la realidad!!! Ni es pasajero, ni es una tendencia adoptada por unos cuantos.
No soy psicóloga, ni tengo formación en ninguna ciencia de la salud. Y no tengo que serlo para ser coach. Vengo del mundo de la docencia. Hace once años decidí darle un giro a mi vida profesional y me formé como coach, con la convicción de poder ser un puente que facilite transformaciones de vida significativas en las personas que así lo requieran. No lo hice por moda, ni por la facilidad de serlo (nada ha sido más confrontador en mi vida que convertirme en coach). Lo hice con la absoluta convicción de abrir ante mi un camino distinto que me ayudara a encontrar mis propios bloqueos para liberarlos y, de esta manera, alcanzar mi mayor potencial. Y encontré que si estaba siendo tan sanador para mi, yo podría permitirle a otros lograr transformaciones beneficiosas y profundas para sus vidas. Y a eso me he dedicado. He sido testigo de maravillosas evoluciones personales que me hace sentir muy orgullosa de ser coach
En todo este tiempo me he topado con cualquier cantidad de coaches y escuelas de Coaching. Y me encuentro con los que dicen que lo son porque tomaron un curso de una semana o un mes y, ya eso, les da el derecho a serlo. Otros porque han leído muchos libros de superación personal y se creen con el derecho de llamarse coaches. A otros les suena muy atractivo agregar a su profesión, en su tarjetas de presentación, la palabra coach (seguramente creen que se venden mejor de esa manera). Por otro lado, escuelas de Coaching, que no tienen ninguna vigilancia, que certifican y se acreditan a sí mismas y lo que hacen es cautivar a personas ingenuas que todavía creen que SER coach es tan fácil como aprender a manejar o a montar en bicicleta.
Mi formación fue exigente, seria, estructurada, acreditada, conformada por un grupo de académicos coaches del más alto nivel. Parte de mi aprendizaje, requería que yo, desde mi más íntimo ser, pudiera despojarme de todo aquello que se interpusiera con mi propia realización para yo poder acompañar a otros a alcanzarla. Eso requirió literalmente, desplumarme, desnudarme para reanudar mi camino y lograr llegar hasta donde yo quería llegar.
En estos años y a través de las conversaciones con propósito que el cliente tiene consigo mismo, he visto a seres humanos crecer, evolucionar y alcanzar niveles de bienestar inimaginados. Seres humanos valientes, comprometidos y responsables que han sabido enfrentarse a sus más profundas limitaciones para convertir sus existencias en expresiones liberadas y en armonía con su real ser.
Y me reconozco y me enorgullezco de ser coach cuando entiendo que mi cliente (no paciente) es capaz de “cargar” con su propia historia y descubrir por si mismo las soluciones más acorde a sus objetivos, premisa fundamental del Coaching. Porque sé identificar cuando necesita de un profesional de la salud que de un coach y así lo reoriento; porque mis clientes se sienten acompañados mientras se reconocen y pueden verse con nuevos ojos; porque pueden contactarse con su propia fuerza para enfrentar los pequeños y grandes retos que tienen con mi acompañamiento personal y profesional como coach. Me pregunto, ¿qué tiene esto de moda?
Por esto y mucho más me siento orgullosa de ser coach. Los seres humanos y sus vidas son absolutamente sagrados para mi y los que se atreven a hablar de Coaching, desde esa óptica desvirtuada de lo que este acompañamiento encarna, es porque no conocen o no han experimentado lo que el verdadero Coaching es y tristemente, ni siquiera investigan.
Coaching es tan profundo que cambia vidas. Pero para llegar a ser coach se requiere de seres responsables, comprometidos y estudiosos de esta disciplina. Y por parte de quién requiere de esta intervención, se requiere averiguar e indagar, sin el menor sonrojo, por la persona que le ofrece Coaching. A los ofertantes y a los demandantes los cobija la misma responsabilidad, con distinta óptica, para saber diferenciar a quién se acompaña y en manos de quién se ponen como cliente. Cuando se cuenta con la rigurosidad y el profesionalismo, no debe sentirse ningún temor. Por el contrario, el llamado y mi particular invitación es a sentirse muy orgullosos de ser coach.