Teacher ¿Tu por qué hablas tan raro?
Una cosa fue ser “teacher” antes y otra después del Coaching. Uno de los más grandes aportes de esta metodología a mi labor como profesora universitaria fue el de empezar a ver a mis estudiantes como los artífices de su propio aprendizaje y desarrollo, como seres humanos que cuentan con los capacidad de afrontar sus propios desafíos. No siempre fácil pues la cultura que se instala en nuestras aulas, no nos lo facilita ni a los profesores, ni a los estudiantes. Pero mis diálogos con ellos cambiaron completamente, tanto que se sorprendían y por eso yo les hablaba raro. Miren acá por qué.
Teacher, ¿tu por qué hablas tan raro? Esta era la pregunta que me hacían los estudiantes cuando enseñaba. Y no era porque las clases se dieran en inglés. Estoy convencida que se debía más a la manera de conversar con ellos una vez incorporé el Coaching a mi práctica docente, una vez entendí que el aprendizaje, como en Coaching, depende mucho más del estudiante que de quién se para frente a ellos a transmitir conocimientos por medio de nuevos y dinámicos procesos formativos, aunque fuesen raros para los estudiantes.
Pero, ¿qué era lo raro?
En el proceso de Coaching se establece una alianza que facilita el descubrimiento que el cliente o coachee hace de si mismo, porque cree en su capacidad intelectual, en la de elegir y tomar sus propias decisiones, aquellas que lo acerquen a su meta personal y profesional. Este principio fundamental del Coaching lo llevé al salón de clase y me propuse acompañarlos no solo a desarrollar competencias académicas, sino también, a estimular en ellos sus competencias relacionales, sociales, emocionales; a provocar una mayor autoconciencia de sí mismos para que no solo fueran capaces de aprender a aprender, sino saber responder a los desafíos personales y profesionales que el mundo de hoy impone.
Y “hablaba raro” porque en “ese particular modo” de interactuar con los estudiantes teníamos conversaciones, con base en preguntas poderosas, que los llevaban a reflexionar y a responderse qué era lo que más querían para su vida, si lo que estaban estudiando los seducía o les apasionaba; o cómo querían beneficiarse de vivir esta u otras experiencias en el aula de clase y fuera de ella o si simplemente vivían el día a día, a verse como actores activos, líderes y responsables de su propio avance.
En esta otra dimensión, como profesora, busqué el equilibrio, a veces de manera satisfactoria, otras veces más cuestionada, entre ser quien traía experiencias y por qué no, algunos conocimientos, para ser una liberadora de potencialidades, empoderando a los estudiantes para ser líderes de sus propios procesos de aprendizaje.
Y “hablaba raro” porque en mis primeros encuentros, cada uno de los estudiantes acordaba qué esperar de la clase, de mi como su profesora, de ellos mismos y de sus compañeros. De los compromisos a cumplir y de las expectativas y objetivos a alcanzar. Poco a poco el salón de clase se transformaban en un espacio de confianza y de respeto mutuo. Asumíamos que una falta a nuestra palabra implicaba un detrimento personal con impacto en los compañeros y en su entorno. Eso era hablar raro.
Sorprendía que se les escuchara más allá de las palabras, que pudieran responderse sus propias preguntas para que, desde sus propias capacidades, pudieran ahondar en sus propio aprendizaje, al ser tenidos en cuenta, por permitirles ver la capacidad que tenían para construir su propio conocimiento y de encontrar las respuestas más adecuadas. Eso era “hablar raro”.
Y como no existe transformación sin acción, “hablaba raro” porque les proponía desafíos a cambio de tareas. En algunas pocas ocasiones también les pedía que propusieran ellos el reto que fuera de interés, beneficioso y que significara un avance en su proceso formativo. Acciones desafiantes con las que pudieran moverse hacia adelante, hacia el logro de sus objetivos para apalancar y reforzar su progreso, su aprendizaje.
¿Qué aprendí?
El aporte de Coaching a mi práctica docente determinó un antes y un después en mi vida educativa. Una contribución que me enseñó que más que ser transmisora de conocimientos, podía ser alguien que contribuyera con el desarrollo de los estudiantes y de su potencial y con la adquisición de habilidades intelectuales y éticas que les permitieran vivir responsablemente como persona y como profesionales.
Todo esto era raro también para mi. Hubiese sido más fácil continuar siendo la profesora tradicional, la portadora de la “verdad”. Pero el darme cuenta de la aplicabilidad del Coaching en el aula se convirtió en un gran desafío y pude explorar la posibilidad de adoptar una novedosa metodología que abogara por una manera diferente de contribuir con el aprendizaje, en un sano equilibrio entre los saberes y los seres para el desarrollo de la capacidad humana.
No siempre fue fácil porque no estamos acostumbrados a tener este tipo de conversaciones, que no solo se centran en lo académico, sino que llegan a temas personales, para los cuales también debemos estar preparados. Acompañar a los estudiantes buenos, aportantes e inquietos es relativamente fácil, aunque siempre un desafío. Pero acompañar a encontrar el camino a aquellos que por cualquier motivo no dan lo mejor de sí, es muy retador. Con Coaching y desde los elementos que me inspiraron de esta disciplina, puedo decir que es una herramienta muy potente para que los estudiantes alcancen niveles superiores de desempeño.